A excepción de las veces que hemos hecho bolas de nieve en el Puig Major, cuando nos nevó en Montauban el año pasado y las veces que nos han caido copos sobre la cabeza, el contacto de los miembros de nuestra familia con la nieve se limita a cuando yo fui a tirarme en trineo de viaje de estudios allá por el 91, la vez que Juan fue arrastrado por un par de eslovenos a una pista de sky y cuando Álvaro y Andrea la toquetearon por cortesía de su padre en Sierra Nevada.
Hubiera sido delito tenerla tan cerca y no haber ido a ver que tal es eso de la nieve en grandes proporciones y que tiene de especial para que tenga tantos aficionados.
Así que por eso, y porque Andrea es una pesada que no paraba de insistir, nos atrevimos a probar.
Nos costó ponernos en marcha pues todo el departamento la mitad del de al lado debieron pensar lo mismo que nosotros y nos topamos con un atasco importante para llegar.
Entre unas cosas y otras llegamos a la hora de la comida y lo primero es lo primero y lo segundo fue alquilar el material, así que entre pitos y flautas llevábamos un par de horas y aún no habíamos tocado la nieve.
Andrea se decantó por el sky de toda la vida y después de un par de caídas y unas clases de principiante vimos importantes avances.
Álvaro, como no, prefirió el snow que mola más y al final del día ya podía tirarse desde la cuesta y controlarlo. Un gran progreso para solo un día!!.
Mientras, Juan y yo arrastrábamos trineo para arriba, trineo para abajo en busca de un lugar poco transitado por el que tirarnos. Y después de nuestro fracaso por encontrarlo nos fuimos a donde todos los borregos a tirarnos desde la pista de los trineos.
A los peques les encantó, por supuesto. Yo hubiera agradecido algún sistema para volver a subir a lo alto de la cuesta que no fuera arrastrar el trineo con tus manitas con un niño dentro que te decía venga, venga…


El resultado fue agotador de todas las formas posibles, para los peques y para los papás que no estamos acostumbrados a estas fatigas.
Como experiencia no estuvo mal, nos permitió disfrutar del día soleado (probablemente el único del invierno) en un ambiente diferente y hacer unas fotos tan bonitas como estas.
Lo malo fue que al volver a casa nos encontramos un atasco tan impresionante que nosotros, pobres isleños, no habíamos visto jamás.










