Cuando llega la Navidad la vida se llena de tradiciones. En casa nos gustan las tradiciones y el espíritu familiar que trae consigo (excepto a Juan) y las seguimos a rajatabla. Algunas nos las impone la sociedad, otras la casa de cada quien, otras aparecen porque es lo más práctico y otras surgen espontaneamente, como esta.
Desde siempre he regalado junto a la postal de Navidad que enviaba a mis familiares y amigos una fotografía de mis preciosos retoños. Era la manera de que todos los que me pedían una foto de ellos a lo largo del año la obtuvieran y no tuvieran que confiar en mi buena memoria y en la cantidad de tiempo disponible.
Desde siempre, además, los niños han sabido que por estas fechas toca sesión fotográfica y por lo tanto toca posar.
Así que con más o menos predisposición posaban y se dejaban fotografiar y por lo menos conseguía una foto decente una vez al año.
A medida que ha ido aumentando la familia esa predisposición ha ido creciendo también y la facilidad con que conseguía «la foto» disminuía preocupantemente.
Este año ha sido el más difícil con diferencia y nos hemos tenido que contentar con poner en la postal la única foto decente de los cuatro.
De todas maneras este post no es para eso, sino para presumir de niños guapos y enseñaros los preciosisisisisismos que me han salido y los guaperrisimos que son. ¿O no?





