Tenemos la suerte de vivir justo delante de un río en el que han montado un paseo precioso.
En apenas unos pasos pasas de estar en la ciudad a estar en pleno campo.
Hemos sido testigos de como las ardillas saltaban por los árboles, de como la primavera explosionaba ante nuestras narices, de como los patos se recogen al hacerse de noche.
Muchos ciudadanos vienen cada día a hacer footing, a recoger flores o a montar en bici, nosotros lo tenemos casi en exclusividad.
Lo que más me gusta es observar los atardeceres. El cielo se pone rosado y anaranjado y se refleja en el agua. Los niños ya se acostumbrado a decirle «adiós al sol» pero saben que volverá a salir mañana.
Los peques aprenden las pocas cosas que nosotros (que somos muy de ciudad) les podemos enseñar del campo.
La que más les gustó fue eso de soplar dientes de león. Practicaron mucho, durante mucho tiempo, con muchísimas flores. Al final Marcos consiguió entenderlo, pero David prefirió comérselas.
El atardecer justo delante de casa….
…Y los nenes observándolo con nuestra casita al fondo.









